Esta vez, nos hemos acercado al Monte
Santiago. Una vez subido el puerto de Orduña, entramos en el parque por la
puerta principal y dejamos el coche en el tercer parking.Tomamos un camino que
nos lleva hasta el farallón a cuyos pies se encuentra Orduña. Mi tobillo cruje
y refunfuña sin parar los primeros kilómetros, después cuando ve que no
consigue nada, el dolor parece que se
difumina entre el sudor calentito de los pies y los paisajes agrestes.
Llegamos a un mirador donde tomaremos
otro sendero a la derecha paralelo al corte. Caminamos conversando con nuestras
neuronas, entre hayas y hojas, se mezclan ideas de trabajo, familia, planes de
futuro, yo que sé… De vez en cuando, dejamos a nuestras neuronas que jueguen un
rato juntas, enredandose en charlas jocosas en una lengua que sólo ellas
conocen. Se llevan bien. De vez en cuando, nuestros ojos se escapan entre la
hojarasca buscando preciados hongos para después encontrarse embelesados
diciendose “si la felicidad se vendiera a peso seríamos inmensamente ricos”.
Sin darnos cuenta, llegamos al mirador del Nervión desde el que en estas fechas
apenas cae un hilillo de agua que se nebuliza en la inmensa caida.
No podemos resistirnos a hacer algunas
fotos graciosas con las estatuas del lobo y de los cazadores gigantes de lobos.
Nos asomarnos a las trampas construidas para dar caza a este feroz animal.
Tras el paseo es tiempo de refrescar el
gaznate y alegrar el estómago en Orduña.
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