Así las cosas, me empecé a informar del tema de las vías ferrata y del equipo necesario para salir de ellas con más gloria que pena. Habíamos quedado que en la segunda semana de agosto nos encontraríamos en el camping de Torla para repetir juntos la hazaña… Sin embargo, yo, hombre prevenido y padre, pensé que sería mejor investigar la zona y los retos propuestos por mi hijo con cierta antelación, así que quince días antes mi señora y servidor (sin que el niño se enterara) fuimos a conocer las clavijas.
La idea era remontar las clavijas para regresar por la Faja de las Flores y por las clavijas de Salarons. Pero como alucinamos tanto, pensamos que era mejor malo conocido que bueno por conocer, así que volvimos por el mismo sitio. A pesar de todo, pude comprobar que, aunque bastante patoso, estaba aún en condiciones de no hacer el ridículo más espantoso delante de mi retoño y de salir airoso y con cierta dignidad de aquella encerrona.
La segunda vez que me acerqué a las clavijas, entonces ya en compañía filial, volví a alucinar. En esa ocasión más aún, ya que que saqué a pasear todas mis dotes artísticas para simular que estaba al borde del éxtasis. Mi hijo no sospechó nada y durmió orgulloso de haber logrado sorprender su padre (una vez más).
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