Pues sí, aunque muchos no lo dirían (ver post "sobre el origen de las especies"), soy natural
de Morasverdes, un pueblecito de la salmantina comarca de Yeltes en las
inmediaciones de la Peña de Francia… Bueno realmente mi madre me parió "de
pago" en Ciudad Rodrigo (¡pues no era chulo ni ná mi abuelo!) mientras mi
padre ejercía de emigrante en Dusseldorff… Una vez ahorrado lo suficiente,
regresó, recogió a su mujer y a su primogénito (que no era yo) y se fue a
gastar los ahorros en un piso en Vitoria, ciudad donde allá por la década de
los 60 no faltaba trabajo… Al pobre
desgraciado que suscribe su madre lo dejó en el pueblo para consuelo de sus padres,
es decir, mis abuelos…
Aunque no hay mal que
por bien no venga: gracias a esta ocurrencua maternatuve la oportundad de
aprender un montón de palabrejas con denominación de origen
"Morasverdes".
-Estamos aviaos Carlos, menos mal que nos han
dejao al zarrias este…
-Mira Canora, parece
questá un poco mohíno
-Boyo, ¿Cuándo vamos
a ir a Vitoria?
-¡Anda calla antruejo, que eso está en cal coño!
Efectivamente, nunca
viajé a Vitoria hasta mi traslado definitivo allá por 1970... Eran mis padres
los que se desplazaban al pueblo de vez en cuando (una semanita en navidad y
los veintitantos días de rigor en verano) para ver al arriazo de su hijo...
-Yaya, ¿cuándo llegan
papa y mama?
-Este muchachino es
que no acaluga...
-Yo quiero ir a
esperarlos "pa la Mata"
-Ahora no se puede
que va a llegar la boyá.
-¡Pos yo quiero ir!
-¡Joder que modorro! Mira, como no te calles te doy
una que te rompo la crisma...
-¡Pues si no vamos me
despelujo!
-¡Vete escapao a peinar otra vez o te atranco en el sobrao!
La verdad es que antaño
no se tenían muchas contemplaciones con esos frágiles, indefensos y fácilmente
traumatizables seres humanos que son los hijos y nietos. Es más, a menudo eran
tratados con inusitada crueldad... A mí concretamente haberme “espeluchao” podía costarme horas de
confinamiento en el desván… Con lo que le costaba a mi abuelo peinarme y que la
raya quedara sin un “raspi”, lo normal
era que amenazara con romperme la crisma (o directamente me la rompiera) y me
castigara toda la tarde en el sobrao,
sin merienda, sin cena, con un frío de esos que ahora provocan alertas de todos
los colores y acompañado de animales domésticos de los de antes (además del misino, recuerdo un cuervo, una rata y
unos cuantos ratones). En fin, que el listón del síndrome postraumático estaba
bastante más alto que en nuestros días: acostumbrados al "NO" con
mayúsculas, al “cuando seas padre comerás huevos” y al “tú oír, ver y callar”,
puede decirse que estábamos fabricados a prueba de frustraciones. Por otra
parte, las dietas forzadas venían bien como medida preventiva contra la
obesidad infantil, sobre todo a los que teníamos (y seguimos teniendo)
tendencia a engordar:
-¿Ya tas zampao los güevos y el farinato? ¿te
has acabao la pesca?
-Si, ya lo he arrebañao todo...
-¿Has visto?
-¿Lo qué?
-Los calostros
-Pa cenar, que ya
estoy implao...
-¿Quieres que te monde una pera?
-¡Que no Yaya!
-No seas guarro y
ponte la mano cuando irutes
-Pues tú te limpias
con el mandil y yo no te digo nada…
-¡Venga larga pahí!
-Me voy a ver la
chivina con Boyo
-Deja a tu abuelo
anda, questá ahí dormido jincao
La verdad es que
vivir con los abuelos y tener padres emigrantes era a veces un auténtico
chollo... Los reyes magos solían traer unos juguetes inimaginables para un
mocoso que vivía en un pueblo con calles de tierra (bueno, en invierno de
fango), sin agua corriente y donde los humanos compartían con cabras, conejos,
gallinas y cerdos, lujosos sanitarios instalados en las cuadras anexas.
-Con esas cartucheras
pareces el choto de bonanza
-¿Y pa qué ma traido
Melchor las "cachuscas"?
-Pa la nieve y pa que
achanques en la pesquera!
-¿Y tú mama donde vas
tan perifollá? Eres una candonga.
-¡Anda calla cancín! ¿Te ha gustado la excavadora?
-La está arreglando
el tío Tito... Es que la he metido en una boñica
y se ha eschangao.
-¡Pazguato, que eres un pazguato… todo lo
que coges lo escacharras!
A veces mis padres
hacían una escapada en el mes de junio (bueno, la verdad es que teniendo en
cuenta las carreteras de la época y las prestaciones del Seat 850 especial, más
que una escapada era una odisea). Por
San Antonio el pueblo se vestía de fiesta, al igual que unos pocos
afortunados... Mi abuelo decoraba el bar, colocaba el mágico panel de plástico
tricolor delante del televisor en blanco y negro, instalaba la orquesta de los
Balta en el "salón", contrataba un camarero de Tenebrón (el
entrañable Matías) y mandaba una semana al "paro" a Rafael "el
pelotas", que era el encargado de hacer girar el torno del manubrio en el
"baile" todos los domingos del año para deleite de mozos y mozas, que
con la disculpa del pasodoble aprovechaban la ocasión para arrimarse un
poquito...
¡Boyo, Yaya, que ya
han llegao los carameleros!
-Vete a poner los
zapatos nuevos
-Es que me están
pequeños y me van a estripar los
pies
-Como te dé una vas que ardes… Ahora ya no se pueden descambiar
-Anda, toma la paga y
vete a comprar unos mixtos
-He comprao garrapiñás, ¿quieres?
-Dame una miejina pa probar...
-¿Dónde has agenciao esos dulces?
-Me los ha dao la
señá Avelina, pero están un poco machucaos
-Claro, los llevas
ahí encalcaos en el bolsillo… ¿Habrás convidao a tu primo Toñito, no?
Mi primo Toño y yo éramos
uña y carne (en este orden, el uña y yo todo carne)... En las frías mañanas de
invierno quedábamos en la fuente para ir juntos a la escuela de las eras, cada
uno con su estufa de carbón en mano (no quiero pensar qué les ocurriría en
nuestros días a unos progenitores que enviaran al cole a unos niños de cinco
años sin compañía alguna y portando estufas con brasas incandescentes...
Seguramente serían puestos inmediatamente a disposición judicial por conducta
negligente)... Tras una buena ración de rezos, himnos, máximas, consignas,
cuadernos Rubio y cartillas (la del Parvulito era mi favorita), salíamos al
recreo, donde antes de ponernos a jugar al chorromorropicotalloqué, a los
platillos o al limbo, se repetía el mismo rito: una “meá” en la regadera, en perfecto
alineamiento y sincronía, sin miedo a que te vieran las chicas, que acudían a
la escuela de la plaza, y a guardar la cola (me refiero al turno) para tomar
leche caliente que, a diario y por encargo del Ministerio, traían puntualmente
dos abnegadas madres... Nunca olvidaré las raciones de colacao que me traía mi
primo, que cansado de que siempre le pidiera "un cachino" del delicioso cacao en polvo, tomó la decisión de
llevar todos los días doble ración.
-¿Filo, dónde estás?
¡Sal al encerao!
-Maestro, está ahí aguchao al lao del brasero...
-Como se ha caído a
la pesquera está engarañao
-No, no me caído, me
ha tirao Juan a propintento
-Y tú a mi me has dao
con el tirabique… Don Jesús, mire
que pitera me ha hecho…
-¡Menuda cachapa te va a salir!
-Toñito, saca ese tufo del brasero a calle.
Otro recuerdo
imborrable es cuando íbamos de cacería. No había lagarto, bastardo, gato, pardal o bratracio que se nos
resistiera... Lo de las truchas ya eran palabras mayores... Eso solo estaba al
alcance de unos pocos elegidos que, como Juan "Tablas", tenían un
don, una maestría innata, tanto en apresarlas (¡a mano!) como en sortear la
vigilancia del guarda. Por aquellos tiempos solo respetábamos a las golondrinas
(no sé a cuento de qué eran sagradas) y a las crías de algunos animales, a las
que había que evitar acariciar o coger con las manos porque se engurrubiñaban… Pero a pesar de ser
misión imposible, cuando llegaba la temporada de pesca me hacía con una buena vara y con el anzuelo y el coco que compraba en el comercio de la
señá Lorenza (y Juan Picardías), me iba al río a por la trucha (en singular,
porque al parecer debajo del puente solo había una por temporada)... Por
desgracia, a mi abuelo no le hacía mucha gracia este deporte de riesgo y nunca
perdía la ocasión de dirigir contra mi persona a sus colegas de la Benemérita,
que a cambio de ser convidados a un buen café portugués (de contrabando, dígase
de paso) no dudaban darme un buen susto desde la elevada posición de sus
monturas...
-Oye tú zarrioso, ¿Qué haces ahí escarrapichao?
-¿No sabes que aquí
no se puede pescar?
-Yo, yo...
-¡Venga, larga de
aquí desgalichao!
Inmediatamente, y por
arte de magia, mi abuelo aparecía corriendo para salvarme Dios sabe de qué pena
capital... El caso es que gracias a mi abuelo, nunca me llevaron a la fría
mazmorra del cuartelillo ni me condenaron a trabajos forzosos. En aquellos
tiempos aún no estaba en vigor la ley del menor y había que andarse con mucho
cuidado...
-¡Te he dicho mil
veces que no te quiero ver pescando en el puente!
-Pero Boyo, si no
pasa ná...
-No pasa ná, no pasa
ná... Ahí sentao en el poyo del
pontón. Si no llego a venir te llevan los guardias...
-¡Hala, se amoló la pesca!
-¡Deja de rezongar! ¡Mostrenco, que eres un mostrenco!
-¡Y como te vuelva a ver
te doy una que t´estontono!
¿Y como olvidarse de
las merendolas de carnaval o de los lunes de agua en la Mata? Eran festividades
en los que la chiquillería acostumbraba a reunirse para merendar en paz y
armonía, aunque en aquellos tiempos de escasez (para algunos más que para
otros) las discusiones por la comida eran inevitables…
-Cuidao, que viene el
cenutrio ese que arrampla con todo
-A ver si añusga de una vez el roñoso ese
-¡Guarda el hornazo y
las obleas antes de que las “güela”!
-Mejor si lo
encerramos pal chicorzo
-O pal corral, a ver
si lo amocha la morucha
¡Silencio, que caga la mula del tío Florencio!
No me pregunten a
cuento de qué venía esta última expresión cultural morasverdina, pero la verdad
es que a nosotros nos hacía mucha gracia… Era como lo de morderse la lengua
delante de los avisperos, untarse con barro cuando te picaba cualquier tipo de
alimaña, comer los tallos de las zarzas o liarse a pedradas los de arriba contra los de abajo, barrios eternamente enfrentados (sin
razón alguna) en el horario escolar y en las tardes de fútbol…
-Qué llevas ahí
-Y a ti que te
importa olerón
-Son bogayas, que las he visto
-Pero qué mezucón eres, macho
-¿Dónde está tu
primo?
-Estará en la parva, trillando…
Casi sin
darme cuenta llegó la hora de la repatriación… Yo la verdad es que ya estaba
acostumbrado a vivir en el pueblo y mis padres tuvieron que utilizar todo tipo
de tretas y engañuflas para traerme a Vitoria… Iba a pasar del trillo al
semáforo sin ningún tipo de periodo de adaptación (tal y como se hace ahora con
los niños y niñas que comienzan la educación infantil). Menos mal que al menos iba
a hacer el viaje de mi vida en el 850 de mi padre, que aunque estaba abollao por haber atropellado un perro,
la verdad es que era un bólido…
-Ya verás
hijo qué bien cuando lleguemos…
-Es chiscar el grifo y a lavarse… ¡Y con
agua caliente!
-Y te voy
a llevar a los coches chocones…
-Y cuando
escribas a los abuelos… ¡Hala, a echar la carta al león!
-Bueno, y
no sabes lo cómodo que es cagar en un váter…
-¿Qué es
un váter, papa?
-Pues…
¡Quita, no pongas ahí la mamola que
si freno te puedes hacer daño!
-Qué va
papa, si tú siempre frenas insento
Habíamos
llegado a Vitoria, ciudad donde debido a mi origen rural e ignorancia viví una
serie de episodios dignos de ser destacados: llegar a casa con un paquete con
más de dos docenas de ejemplares del diario El Norte Expres (¡los había
encontrado un domingo a las 9 de la mañana a la puerta de una panadería!),
ganarme merecidamente en el colegio San Viator el apodo de “charlestón” (y todo
porque pronuncié mal la frase Do you
telephone Charles, Tom?)… Pero eso lo reservo para futuros posts.
Otras expresiones:
-Candar la cochera
-Ponte el chambergo
-Qué andas pahí
armando
-Ayer me soñé
-Cuidao que te
añusgas
-Pareces un
quinquillero
-No hagas esparajismos
-Me ha aguñao
-Dibuja un tirinene
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