Hay lugares que
desprenden un aroma a magia, a espiritualidad y este es uno de ellos. Son de esos
rincones que tienen cierto magnetismo, que te acogen, te invitan a meditar, te
llaman cuando necesitas encontrarte a ti mismo y a la madre Gea.
Partimos de Ametzaga-Zuia, una tarde gris, húmeda. Aparcamos los coches en un pueblo cercano. Los caminos embarrados, la hojarasca cubriendo el suelo de los bosques y el caminar monte a través daban al paseo un halo de aventura y romanticismo.
Partimos de Ametzaga-Zuia, una tarde gris, húmeda. Aparcamos los coches en un pueblo cercano. Los caminos embarrados, la hojarasca cubriendo el suelo de los bosques y el caminar monte a través daban al paseo un halo de aventura y romanticismo.
Tras un fuerte descenso
en busca del río, las risas y el alboroto de los paseantes rompían el silencio
misterioso del hayedo. El color cenizo del cielo se filtraba entre las ramas
desnudas, también grises, y éstas contrastaban con los marrones de las hojas
del suelo y el verde brillante de los musgos.
Ya en el camino ancho,
enseguida encontramos una senda estrecha que al girar a la derecha nos dejaba boquiabiertos
ante una enorme cascada, a la izquierda una roca con una cavidad que bien
podría cobijarnos de la lluvia. El agua juguetea entre las rocas, las pozas, la
vegetación, el lugar tiene algo de mágico: azuza la imaginación, invita a soñar
despierto.
Acompañamos las aguas
hacia abajo, a la orilla, serpenteando con ellas, hasta que se funden con las
de otro río. Y seguimos tras cruzarlo, todos juntos a la izquierda.
Sin camino, el agua nos lleva, hasta el puente, al lado de una cabaña donde de nuevo se precipita al vacío kamikaze, deleitándonos de nuevo con su algarabía de gotas desmadradas que morían en el remanso de la poza. ¡Qué curioso contraste! Ahora ruido y alboroto, ahora silencio y calma. Arriba grises, abajo color...
Y el paseo va llegando a su fin al pisar la brea del asfalto.
Sin camino, el agua nos lleva, hasta el puente, al lado de una cabaña donde de nuevo se precipita al vacío kamikaze, deleitándonos de nuevo con su algarabía de gotas desmadradas que morían en el remanso de la poza. ¡Qué curioso contraste! Ahora ruido y alboroto, ahora silencio y calma. Arriba grises, abajo color...
Y el paseo va llegando a su fin al pisar la brea del asfalto.
¿Sabes de que lugar te hablo? Encuentra tu rincón,
seguro que sin saberlo, está a la vuelta de la esquina.
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