lunes, 2 de enero de 2017

La Peña | Vezdemarbán

En estas fiestas navideñas donde el consumismo se dispara hasta sus últimas cotas, el nuevo año, 2017 nos ha obsequiado con algo inmaterial, una estampa invernal  tan fría como bella.
Partimos del pueblo, Vezdemarbán, cuando todavía la niebla nos acompaña,  baja, pesada que cae escarchando cada brizna que se separa tan solo un milímetro del suelo. Desde la calle Cinco Calles, en dirección San Pedro de Latarce, caminamos dejando las dos primeras calles que salen a la derecha para coger la tercera, un camino parcelario que sale a la altura de una granja de ovejas. Los caminos agrarios se abren paso entre dos flancos de vegetación baja, juncos y algunos cardos borriqueros cubiertos de un blanco níveo.
Poco a poco comienza a levantar la niebla y ya nos deja vislumbrar un poco más alla de unos 30 metros. Los pocos mechones de pelo que rebeldes se han escapado del gorro y del buff, ahora están inmóviles, rígidos y cubiertos de escarcha. Avanzamos en el silencio, es como si la imagen de la vida natural también estuviera congelada. Nada se mueve, nada se oye. Tras dejar atrás otro camino que sale a la izquierda seguimos adelante  en linea recta.
Tras otra media hora, tomamos un sendero que parte a la izquierda y comienza una leve subida hacia La Peña, un pequeño otero donde hace años nuestros padres y abuelos iban a ver amanecer o simplemente a merendar. La Peña que tiene una altitud de xxxx m. La ascensión total es de XXX m. por lo que podeis imaginar que es un paseo que se podría hacer casi a la pata coja, que es como voy yo desgraciadamente.
Al comenzar la leve subida la niebla comienza a disiparse y nos descubre la cencellada más impresionante que recuerdo. Los almendros desnudos y blancos, contrastan con el cielo cada vez más despejado que va virando del blanco al azul. Cada bocanada de aire es un chute de calma interior, de energía concentrada. Corremos con las cámaras de un lado para otro para tratar de atrapar e inmortalizar lo efímero, de robarle al tiempo a hurtadillas una imagen que quizás no volvamos a ver más.
Seguimos el camino que  atraviesa el promontorio hasta descender por un sendero estrecho al otro lado que nos lleva de nuevo a otro camino parcelario. Una vez en él lo tomamos hacia la izquierda. Ahora el frio se hace notar aún más, ya que el poco aire que circula nos da en la cara. Parece mentira que el sol luzca radiante y no caliente apenas.  Al llegar a la siguiente bifurcación tomamos de nuevo a la izquierda y seguimos caminando hasta la siguiente intersección donde tomaremos a la derecha para situarnos de nuevo en el camino de ida.
Pronto divisaremos la Iglesia de Arriba y llegaremos de nuevo al pueblo, con las retinas rendidas ante tanta belleza.

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