lunes, 31 de agosto de 2009

Sobre el origen de las especies

El pasado sábado 3 de marzo nos acercamos a Morasverdes a celebrar el 80 cumpleaños de mi tía Concha, hermana de mi padre (que por cierto, también ha rebasado la barrera de los 80). La mujer tenía ilusión de reunir a toda la familia y la verdad es que casi consiguió su objetivo al cien por cien: Oviedo, Cuenca, Madrid, Vitoria, Salamanca, París, St Honore les Bains, etc. ¡Anda que no se habían recorrido kilómetros por un cumpleaños!
La verdad es que al ver a toda la familia reunida volví a darle al coco a algo que siempre me ha llamado poderosamente la atención. Yo de pequeño siempre había pensado que mis primos y primas “franchutes” eran rubios y rubias precisamente por eso, porque habían nacido en la France, a donde habían emigrado Concha y Vale.
Más raro me parecía lo de mi propio hermano y lo de mis primos madrileños (¿Cómo habrían salido tan rubios si en definitiva sus padres eran originarios de Morasverdes y ni siquiera habían salido de España?). De mí mismo no me extrañaba mucho porque apenas me veía.
Ya había oído que hacia la mitad del siglo VIII los bereberes que habían penetrado en la península ibérica a principios de siglo, comenzaron a desplazarse hacia el Sur por la resistencia cristiana. Alfonso I, primer rey cristiano de la zona, al entregó la comarca de la Sierra a un noble francés, que la denominó Sierra de Francia, y a la zona próxima, Sierra de la Peña de Francia.








No se cómo enredando por la red di con un post sobre la Guerra de la Independencia en Salamanca dentro un blog titulado La Zarza Pumareda. Su autora, la zarceña Paquita Martín, referencia para Salvatierra de Francia (actualmente Morasverdes) algunos datos que me dan que pensar:

En Morasverdes durante Septiembre-Octubre de 1809, en plena Guerra de la Independencia, hay una Epidemia de Viruelas (Libro de Difuntos)

"En la villa de Salvatierra de Francia 31 de Agosto de 1809 yo el infraescripto vicario de esta Yglesia suplí las ceremonias de la Iglesia a un Niño que había sido bautizado el día antes con Agua de socorro y le puse por nombre Francisco, hijo de Francisco Elliot y Ana Fasta, Naturales de Holanda. El Soldado del Exército Ynglés. Tenía el Niño quando le bauticé de Quatro a Cinco Meses. Le tuvo en la Ceremonia Rafael Sánchez de esta vecindad. De que doy fe fecha ut supra
firmado. Juan Benito
Al margen: Yngleses"

Asimismo documenta (años 1809, 1810 y 1811) numerosos bautizos de niños, hijos de madres solteras y también niños abandonados de padres desconocidos en numerosas núcleos de la comarca. Eran consecuencias lógicas del paso de las tropas, formadas por soldados de Dios sabe qué lugares de Europa.
En fin, que llegados a este punto considero imprescindible ya completar mi árbol genealógico… Estoy seguro de que cuando llegue a esas fechas napoleónicas, me llevaré más de una sorpresa.
Mientras tanto, una reflexión que me viene a la cabeza cuando oigo expresiones como “furia española”, “raza vasca” o “gracia andaluza”… ¿de verdad alguien puede creer todavía en eso de la pureza de las razas? Que se lo digan a Raúl, un colega un poco más joven que yo, nacido en Vitoria, y casado con una chica italiana de origen indio. Su hijo marchó a Londres hace unos años y ahora convive con una chica negra, de madre belga y padre senegalés… Y si esto ha pasado en una veintena de años, ¿qué no habrá pasado en los cientos de años en que romanos, vándalos, suevos, alanos, visigodos, árabes y demás pueblos camparon a sus anchas por estos lares?

Natural de Morasverdes

Pues sí, aunque muchos no lo dirían (ver post "sobre el origen de las especies"), soy natural de Morasverdes, un pueblecito de la salmantina comarca de Yeltes en las inmediaciones de la Peña de Francia… Bueno realmente mi madre me parió "de pago" en Ciudad Rodrigo (¡pues no era chulo ni ná mi abuelo!) mientras mi padre ejercía de emigrante en Dusseldorff… Una vez ahorrado lo suficiente, regresó, recogió a su mujer y a su primogénito (que no era yo) y se fue a gastar los ahorros en un piso en Vitoria, ciudad donde allá por la década de los 60 no faltaba trabajo…  Al pobre desgraciado que suscribe su madre lo dejó en el pueblo para consuelo de sus padres, es decir, mis abuelos…
Aunque no hay mal que por bien no venga: gracias a esta ocurrencua maternatuve la oportundad de aprender un montón de palabrejas con denominación de origen "Morasverdes".

-Estamos aviaos Carlos, menos mal que nos han dejao al zarrias este…
-Mira Canora, parece questá un poco mohíno
-Boyo, ¿Cuándo vamos a ir a Vitoria?
-¡Anda calla antruejo, que eso está en cal coño!

Efectivamente, nunca viajé a Vitoria hasta mi traslado definitivo allá por 1970... Eran mis padres los que se desplazaban al pueblo de vez en cuando (una semanita en navidad y los veintitantos días de rigor en verano) para ver al arriazo de su hijo...

-Yaya, ¿cuándo llegan papa y mama?
-Este muchachino es que no acaluga...
-Yo quiero ir a esperarlos "pa la Mata"
-Ahora no se puede que va a llegar la boyá.
-¡Pos yo quiero ir!
-¡Joder que modorro! Mira, como no te calles te doy una que te rompo la crisma...
-¡Pues si no vamos me despelujo!
-¡Vete escapao a peinar otra vez o te atranco en el sobrao!

La verdad es que antaño no se tenían muchas contemplaciones con esos frágiles, indefensos y fácilmente traumatizables seres humanos que son los hijos y nietos. Es más, a menudo eran tratados con inusitada crueldad... A mí concretamente haberme “espeluchao” podía costarme horas de confinamiento en el desván… Con lo que le costaba a mi abuelo peinarme y que la raya quedara sin un “raspi”, lo normal era que amenazara con romperme la crisma (o directamente me la rompiera) y me castigara toda la tarde en el sobrao, sin merienda, sin cena, con un frío de esos que ahora provocan alertas de todos los colores y acompañado de animales domésticos de los de antes (además del misino, recuerdo un cuervo, una rata y unos cuantos ratones). En fin, que el listón del síndrome postraumático estaba bastante más alto que en nuestros días: acostumbrados al "NO" con mayúsculas, al “cuando seas padre comerás huevos” y al “tú oír, ver y callar”, puede decirse que estábamos fabricados a prueba de frustraciones. Por otra parte, las dietas forzadas venían bien como medida preventiva contra la obesidad infantil, sobre todo a los que teníamos (y seguimos teniendo) tendencia a engordar:

-¿Ya tas zampao los güevos y el farinato? ¿te has acabao la pesca?
-Si, ya lo he arrebañao todo...
-¿Has visto?
-¿Lo qué?
-Los calostros
-Pa cenar, que ya estoy implao...
-¿Quieres que te monde una pera?
-¡Que no Yaya!
-No seas guarro y ponte la mano cuando irutes
-Pues tú te limpias con el mandil y yo no te digo nada…
-¡Venga larga pahí!
-Me voy a ver la chivina con Boyo
-Deja a tu abuelo anda, questá ahí dormido jincao

La verdad es que vivir con los abuelos y tener padres emigrantes era a veces un auténtico chollo... Los reyes magos solían traer unos juguetes inimaginables para un mocoso que vivía en un pueblo con calles de tierra (bueno, en invierno de fango), sin agua corriente y donde los humanos compartían con cabras, conejos, gallinas y cerdos, lujosos sanitarios instalados en las cuadras anexas.

-Con esas cartucheras pareces el choto de bonanza
-¿Y pa qué ma traido Melchor las "cachuscas"?
-Pa la nieve y pa que achanques en la pesquera!
-¿Y tú mama donde vas tan perifollá? Eres una candonga.
-¡Anda calla cancín! ¿Te ha gustado la excavadora?
-La está arreglando el tío Tito... Es que la he metido en una boñica y se ha eschangao.
Pazguato, que eres un pazguato… todo lo que coges lo escacharras!

A veces mis padres hacían una escapada en el mes de junio (bueno, la verdad es que teniendo en cuenta las carreteras de la época y las prestaciones del Seat 850 especial, más que una escapada era una odisea).  Por San Antonio el pueblo se vestía de fiesta, al igual que unos pocos afortunados... Mi abuelo decoraba el bar, colocaba el mágico panel de plástico tricolor delante del televisor en blanco y negro, instalaba la orquesta de los Balta en el "salón", contrataba un camarero de Tenebrón (el entrañable Matías) y mandaba una semana al "paro" a Rafael "el pelotas", que era el encargado de hacer girar el torno del manubrio en el "baile" todos los domingos del año para deleite de mozos y mozas, que con la disculpa del pasodoble aprovechaban la ocasión para arrimarse un poquito...

¡Boyo, Yaya, que ya han llegao los carameleros!
-Vete a poner los zapatos nuevos
-Es que me están pequeños y me van a estripar los pies
-Como te dé una vas que ardes… Ahora ya no se pueden descambiar
-Anda, toma la paga y vete a comprar unos mixtos
-He comprao garrapiñás, ¿quieres?
-Dame una miejina pa probar...
-¿Dónde has agenciao esos dulces?
-Me los ha dao la señá Avelina, pero están un poco machucaos
-Claro, los llevas ahí encalcaos en el bolsillo¿Habrás convidao a tu primo Toñito, no?

Mi primo Toño y yo éramos uña y carne (en este orden, el uña y yo todo carne)... En las frías mañanas de invierno quedábamos en la fuente para ir juntos a la escuela de las eras, cada uno con su estufa de carbón en mano (no quiero pensar qué les ocurriría en nuestros días a unos progenitores que enviaran al cole a unos niños de cinco años sin compañía alguna y portando estufas con brasas incandescentes... Seguramente serían puestos inmediatamente a disposición judicial por conducta negligente)... Tras una buena ración de rezos, himnos, máximas, consignas, cuadernos Rubio y cartillas (la del Parvulito era mi favorita), salíamos al recreo, donde antes de ponernos a jugar al chorromorropicotalloqué, a los platillos o al limbo, se repetía el mismo rito: una “meá” en la regadera, en perfecto alineamiento y sincronía, sin miedo a que te vieran las chicas, que acudían a la escuela de la plaza, y a guardar la cola (me refiero al turno) para tomar leche caliente que, a diario y por encargo del Ministerio, traían puntualmente dos abnegadas madres... Nunca olvidaré las raciones de colacao que me traía mi primo, que cansado de que siempre le pidiera "un cachino" del delicioso cacao en polvo, tomó la decisión de llevar todos los días doble ración.

-¿Filo, dónde estás? ¡Sal al encerao!
-Maestro, está ahí aguchao al lao del brasero...
-Como se ha caído a la pesquera está engarañao
-No, no me caído, me ha tirao Juan a propintento
-Y tú a mi me has dao con el tirabique… Don Jesús, mire que pitera me ha hecho…
-¡Menuda cachapa te va a salir!
-Toñito, saca ese tufo del brasero a calle.

Otro recuerdo imborrable es cuando íbamos de cacería. No había lagarto, bastardo, gato, pardal o bratracio que se nos resistiera... Lo de las truchas ya eran palabras mayores... Eso solo estaba al alcance de unos pocos elegidos que, como Juan "Tablas", tenían un don, una maestría innata, tanto en apresarlas (¡a mano!) como en sortear la vigilancia del guarda. Por aquellos tiempos solo respetábamos a las golondrinas (no sé a cuento de qué eran sagradas) y a las crías de algunos animales, a las que había que evitar acariciar o coger con las manos porque se engurrubiñaban… Pero a pesar de ser misión imposible, cuando llegaba la temporada de pesca me hacía con una buena vara y con el anzuelo y el coco que compraba en el comercio de la señá Lorenza (y Juan Picardías), me iba al río a por la trucha (en singular, porque al parecer debajo del puente solo había una por temporada)... Por desgracia, a mi abuelo no le hacía mucha gracia este deporte de riesgo y nunca perdía la ocasión de dirigir contra mi persona a sus colegas de la Benemérita, que a cambio de ser convidados a un buen café portugués (de contrabando, dígase de paso) no dudaban darme un buen susto desde la elevada posición de sus monturas...

-Oye tú zarrioso, ¿Qué haces ahí escarrapichao?
-¿No sabes que aquí no se puede pescar?
-Yo, yo...
-¡Venga, larga de aquí desgalichao!

Inmediatamente, y por arte de magia, mi abuelo aparecía corriendo para salvarme Dios sabe de qué pena capital... El caso es que gracias a mi abuelo, nunca me llevaron a la fría mazmorra del cuartelillo ni me condenaron a trabajos forzosos. En aquellos tiempos aún no estaba en vigor la ley del menor y había que andarse con mucho cuidado...

-¡Te he dicho mil veces que no te quiero ver pescando en el puente!
-Pero Boyo, si no pasa ná...
-No pasa ná, no pasa ná... Ahí sentao en el poyo del pontón. Si no llego a venir te llevan los guardias...
-¡Hala, se amoló la pesca!
-¡Deja de rezongar! ¡Mostrenco, que eres un mostrenco!
-¡Y como te vuelva a ver te doy una que t´estontono!

¿Y como olvidarse de las merendolas de carnaval o de los lunes de agua en la Mata? Eran festividades en los que la chiquillería acostumbraba a reunirse para merendar en paz y armonía, aunque en aquellos tiempos de escasez (para algunos más que para otros) las discusiones por la comida eran inevitables…

-Cuidao, que viene el cenutrio ese que arrampla con todo
-A ver si añusga de una vez el roñoso ese
-¡Guarda el hornazo y las obleas antes de que las “güela”!
-Mejor si lo encerramos pal chicorzo
-O pal corral, a ver si lo amocha la morucha
¡Silencio, que caga la mula del tío Florencio!

No me pregunten a cuento de qué venía esta última expresión cultural morasverdina, pero la verdad es que a nosotros nos hacía mucha gracia… Era como lo de morderse la lengua delante de los avisperos, untarse con barro cuando te picaba cualquier tipo de alimaña, comer los tallos de las zarzas o liarse a pedradas los de arriba contra los de abajo, barrios eternamente enfrentados (sin razón alguna) en el horario escolar y en las tardes de fútbol…

-Qué llevas ahí
-Y a ti que te importa olerón
-Son bogayas, que las he visto
-Pero qué mezucón eres, macho
-¿Dónde está tu primo?
-Estará en la parva, trillando…

Casi sin darme cuenta llegó la hora de la repatriación… Yo la verdad es que ya estaba acostumbrado a vivir en el pueblo y mis padres tuvieron que utilizar todo tipo de tretas y engañuflas para traerme a Vitoria… Iba a pasar del trillo al semáforo sin ningún tipo de periodo de adaptación (tal y como se hace ahora con los niños y niñas que comienzan la educación infantil). Menos mal que al menos iba a hacer el viaje de mi vida en el 850 de mi padre, que aunque estaba abollao por haber atropellado un perro, la verdad es que era un bólido…

-Ya verás hijo qué bien cuando lleguemos…
-Es chiscar el grifo y a lavarse… ¡Y con agua caliente!
-Y te voy a llevar a los coches chocones
-Y cuando escribas a los abuelos… ¡Hala, a echar la carta al león!
-Bueno, y no sabes lo cómodo que es cagar en un váter…
-¿Qué es un váter, papa?
-Pues… ¡Quita, no pongas ahí la mamola que si freno te puedes hacer daño!
-Qué va papa, si tú  siempre frenas insento

Habíamos llegado a Vitoria, ciudad donde debido a mi origen rural e ignorancia viví una serie de episodios dignos de ser destacados: llegar a casa con un paquete con más de dos docenas de ejemplares del diario El Norte Expres (¡los había encontrado un domingo a las 9 de la mañana a la puerta de una panadería!), ganarme merecidamente en el colegio San Viator el apodo de “charlestón” (y todo porque pronuncié mal la frase Do you telephone Charles, Tom?)… Pero eso lo reservo para futuros posts.


Otras expresiones:

-Candar la cochera
-Ponte el chambergo
-Qué andas pahí armando
-Ayer me soñé
-Cuidao que te añusgas
-Pareces un quinquillero
-No hagas esparajismos
-Me ha aguñao
-Dibuja un tirinene